Este texto condensa el análisis del equipo de Etnológica, con base en entrevistas semi-estructuradas y diversas fuentes de actualidad. Al final del texto se puede ver el video con algunos fragmentos de las entrevistas.  

Escrito por Camilo Góez y Juan David Sandoval. Edición: Eduardo Cárdenas 

                                                                                                    Foto: Paulo Ochoa

Al ser declarados el grupo social con mayor propensión a sufrir las consecuencias más fatídicas del contagio, han recaído en los adultos mayores las regulaciones más severas en cuanto al confinamiento se refiere, que inicialmente se planteó por 15 días y en el que llevamos casi 4 meses.  Actualmente, si bien la corte suprema falló a favor de su libre circulación, velando por su salud mental y física (a raíz de la tutela que presentaron algunas personas que conforman el conocido grupo “La rebelión de las canas”), durante la pandemia,  la vejez sigue siendo un tema controversial en el que están implicadas percepciones y vivencias muy diversas y contradictorias.

La experiencia del confinamiento ha suscitado grandes controversias en torno al trato y respeto a los derechos de esta población y ha evidenciado que los adultos mayores son más diversos y complejos que un simple grupo de personas de edad avanzada o incluso que son mucho más que la desafortunada etiqueta de “abuelitos” con la que comúnmente se les llama. 

Indignación, desesperación, miedo, incertidumbre, expectativa y recogimiento son algunas de las palabras que resumen la experiencia del confinamiento para algunas de las personas que se encuentran dentro de este grupo poblacional. En Etnológica realizamos varios acercamientos con esta población para conocer la forma en que han vivido y asumido la pandemia. Consideramos como crucial reconocer que no todos los adultos mayores acogen y aceptan de la misma manera las medidas de confinamiento, y, asimismo, no por estar agrupados en un rango de edad similar tienen las mismas afectaciones. Podemos encontrar desde aquellos que han vivido el confinamiento como una experiencia positiva para sus vidas, como también, por el contrario, para quienes el confinamiento ha significado uno de los golpes anímicos y materiales más traumáticos.

Los que han vivido un confinamiento estable pero con una creciente ansiedad por socializar

“El silencio nos deja pensar y oír otras voces. Me encanta ver el paisaje desde mi pequeño balcón y observar el hermoso vuelo de los pájaros. Por lo demás, mi vida no ha cambiado mucho. Siempre me ha gustado leer y me defiendo un poco con la tecnología, veo las redes sociales y comento y comparto mis bobadas. En la vejez se acaban los placeres, pero también estamos exentos de deberes y nos queda más tiempo” (Ligia) 

 Los viejos, las viejas se mueren de no ver a sus hijos, a sus hijas, a sus nietos, de no tener ningún contacto con el exterior y vivir como una clase de parias de la sociedad. Algunos dejan de comer, otros pierden las ganas de vivir. Y, sí: la tristeza también mata. (Florence Thomas) (1) 

El pasado 4 de abril Don Luis cumplió 65 años. Aunque celebró el cumpleaños con su familia, como lo hacía habitualmente, esta vez llevaba dos semanas sin salir de su casa después de trabajar sin parar por más de 40 años como vendedor ambulante. A pesar de que su trabajo ha sido uno de los epicentros de su vida, el confinamiento para él significó unas “vacaciones obligadas” que nunca se había podido dar y, por esa razón, la pandemia le ha parecido que “no ha sido del todo mala”. Es más, el confinamiento le ha servido para conocerse más a sí mismo y encontrar estrategias para afrontar su trastorno de ansiedad y depresión moderada que lo viene aquejando hace algunos años: “Me di cuenta de que, cuando me sentía mal, hacer sopas de letras me tranquilizaba”.

Pero además de encontrar formas de entretenimiento que lo tranquilizaban y le ayudaban a ocupar su tiempo durante la cuarentena, empezó a hacer otras cosas que nunca había hecho y que ahora le  permiten dimensionar y entender las difíciles tareas del hogar que hace su esposa. Durante el confinamiento, uno de los nuevos hábitos de don Luis ha sido lavar las ollas y limpiar la cocina todos los días, al igual que día por medio limpia las paredes de la casa y diariamente hace los “mandados” que su esposa le pide para hacer el desayuno o el almuerzo. 

Si bien en estos momentos quiere volver a las calles a trabajar, es consciente del riesgo y dice que va a trabajar con tapabocas, antibacterial y con el registro en mano de Medellín me cuida de la Alcaldía que su hija mayor le ayudó a diligenciar. 

Don Luis representa un sector de los adultos mayores que no se vieron afectados económicamente por el confinamiento gracias al apoyo de sus hijos. A pesar del encierro, Don Luis ha sido toda la vida “muy casero”, así que lo que verdaderamente extraña no es ir a jugar billar o tomar tinto en el parque, sino a sus clientes, pues para él ellos son “su otra familia”, relaciones que van más allá de lo económico pues como dice él, sus clientes “lo valoran y le alegran la vida”. Su trabajo implica estar y compartir con otros y a su vez es la evidencia más palpable de los logros que ha alcanzado a pesar de no haber estudiado.

Para don Luis, como para otros adultos mayores, trabajar o “mantenerse ocupado” no es sinónimo de dinero y necesidad, sino de socializar y sentirse activos y útiles. El trabajo como un eje de socialización que hace posible el equilibrio emocional en su vida también es vivido por don Antonio, pero desde un pueblo del suroeste antioqueño. A sus 98 años, con un tono de voz nostálgica, expresa que “no deja de ser durito la cuarentena para uno que está acostumbrado a trabajar” y a su vez piensa que las medidas para su pueblo pudieron hacerse un poco más tarde, sabiendo que los focos de contagio están ubicados principalmente en las ciudades.

Pero tal vez en este caso, a diferencia del de don Luis, el temor al contagio es mucho menor, precisamente porque a su avanzada edad es consciente, como muchos otros con edades similares o con enfermedades terminales, de que la muerte es algo que irremediablemente vendrá, sea por contagio o por la misma vejez, así que para él, como para otros adultos mayores con avanzada edad, ha sido más difícil asimilar la cuarentena renunciando a esos lazos a través del trabajo que todavía llenan de sentido “lo poco” que les queda de vida. 

Los casos de don Luis y don Antonio tal vez reflejan que esa idea tan común que tenemos los que cuidamos o estamos a cargo de adultos mayores como “necios”  o “tercos” puede ser también una caricaturización o subestimación del anciano, una compresión alejada empáticamente de su comportamiento durante la crisis y del rol tan importante que cumple en sus vidas la socialización y el contacto con sus familiares, amigos y conocidos. 

                                                                                                          Foto: Paulo Ochoa

Los que han asumido el confinamiento con indignación

“…y ahí es donde yo me siento vulnerado de los derechos y de todo porque ya estoy enseñado a conseguir el sustento, cosa que ya son cuatro meses y parece que va a seguir” (Álvaro).

“Estoy buscando a alguien que me haga una cédula falsa que diga que tengo 69 años para poder entrar a Panamericana” (Anónimo)

Otra forma en la que un espectro amplio de los así llamados “adultos mayores” han vivido la experiencia de la pandemia es desde un sentimiento de indignación que se presenta, ya sea por una percepción de deslegitimación de la participación política y ciudadana a personas que todavía se sienten lúcidas, productivas y responsables de sí mismas, o por una vulneración económica hacia quienes incluso enfermos o cansados física y mentalmente por el paso del tiempo tienen que seguir valiéndose por sí mismos pues no tienen a nadie a quién acudir. Para ellos la cuarentena, más que representar un cuidado por la vida, ha significado un golpe a su estabilidad que se traduce en rabia e insatisfacción.  Sea por una u otra razón que se manifiesta la indignación, las personas que han asumido el confinamiento con este sentimiento comparten el hecho de que su mayor temor o su mayor dolor frente a esta situación no está en la vulnerabilidad biológica o en una proclividad mayor a la muerte a causa del virus, sino en el detrimento político o económico que les genera, haciendo que el virus en tanto enfermedad pase a un segundo plano. 

Un claro ejemplo de la indignación política que ha acarreado la cuarentena en algunas personas mayores de 65 años es la ya mencionada “rebelión de las canas”, mediante la cual diferentes personalidades de “edad avanzada” alrededor del mundo han hecho denuncias públicas a las medidas restrictivas con que se está manejando esta situación.

En Colombia este “movimiento” está representado por personas como el escritor y columnista Daniel Samper Pizano, la psicóloga colombofrancesa y también columnista Florence Thomas y el economista y exministro de hacienda Rudolf Hommes, quien en los días pasados vía Twitter, tal vez a modo de sátira, invitaba a los mayores de 70 a organizarse como movimiento político para “no volver a elegir mocosos abusivos”.

Contaban estas personas, junto a otras personalidades de la política e intelectualidad colombiana, que sus rutinas cotidianas no se han visto muy afectadas por el confinamiento (2). Leer, escribir, cocinar, teletrabajar y hacer ejercicio en sus casas, apartamentos o conjuntos residenciales son algunas de las actividades a las que se han dedicado en estos días de encierro. Sin embargo, esta estabilidad económica no ha sido un aliciente  para ignorar la indignación surgida a partir del menosprecio político y la infantilización por parte del gobierno. Criticaban firmemente la denominación de “abuelitos”, afirmando que a partir de ella se relega a un amplio sector de la población con capacidades mentales y físicas óptimas, junto con la experiencia recolectada durante todos los años vividos, a un rol políticamente inactivo en el que la tarea de estas personas en el resto de su vida es dar amor y dejarse cuidar. Así, Daniel Samper Pizano y Rudolf Hommes invitaban, al igual que el escritor H. D.Thoreau lo hizo en su tiempo, a una suerte de desobediencia civil en pro de recuperar la autonomía que como ciudadanos les pertenece: “Si yo salgo a caminar, puedo caminar 10, media hora o una hora y si me encuentro un agente de policía y me pregunta cuánto tiempo llevo caminando, pues yo le puedo decir el número que quiera, pues él no tiene forma ni de confirmarlo, ni de comprobarlo”.

Una opinión similar la encontramos en Jaime Tabares,  profesor jubilado de la Universidad Nacional y una de las personas entrevistadas por Etnológica. Jaime, si bien reconoce la importancia de las medidas preventivas para el tratamiento de la pandemia y afirma que en Colombia  “ha habido un manejo mucho mejor que el que se ha hecho en otros países”, también reclama una mayor confianza y autonomía en la población de más edad y tal vez, de más experiencia. La entrevista con Jaime termina con un comentario de él sobre un tweet del académico  Moisés Wasserman en el que, a propósito de la prolongación del confinamiento de los viejos, se pregunta con tono irónico si con buen comportamiento y estudio (como reos o convictos), los mayores de 70 podrían lograr una reducción en la pena que están pagando, a lo que responde Jaime, que “nos deberían soltar ya por pena cumplida”. 

La otra cara de la indignación, menos privilegiada, más vulnerada, está representada por aquellos que estando bien o mal de salud se ven obligados a incumplir -o a querer incumplir- las normas de confinamiento, como Álvaro, que ha pasado gran parte de sus 79 años como vendedor ambulante en las calles de Medellín. Con su carreta cargada de chicles, cigarrillos, coffee delight, Super Coco y Bon Bon Bum salía todos los días antes de la pandemia a gritar su pregón de 10 am a 8pm. Con la cuarentena han llegado días de escasez y dificultad. 

Si bien se ha visto en la necesidad de salir para conseguir algo de dinero, afuera no es más fácil, pues aunque ya hay más personas en la calle, las precauciones de la gente ante el virus han generado en la población un miedo al otro: “Cualquiera puede estar infectado”, lo que repercute drásticamente de forma negativa en las ventas de Álvaro. En la calle también debe cuidarse de la policía, pues aunque a él todavía no le ha pasado nada, sí ha visto a muchos otros vendedores ambulantes a quienes por incumplir la cuarentena, los agentes les arrebatan su mercancía – con golpiza incluida- y los mandan para una casa que no existe. 

Para Álvaro las decisiones que ha tomado el gobierno en torno a los mayores de 65 no tienen sentido, pues “hay adultos mayores que tienen más energía que los mismos jóvenes; un adulto mayor puede tener más precauciones que inclusive un adolescente o un joven, porque se cuida más y está más apegado a la vida”. Además, concibe esta experiencia como “un encierro o una casa por cárcel” que lo priva de su libertad y lo inhabilita para trabajar.  Los días que Álvaro permanece en casa, junto a sus dos hermanos también vendedores ambulantes, no logra conseguir sosiego; por el contrario, cultiva una desesperación a partir de la incertidumbre que domina la situación. Este malestar ha generado en él una especie de escepticismo con respecto al virus y a las formas en las que el gobierno lo ha tramitado: 

Muchas veces pienso que es un montaje de los gobiernos porque hay contradicciones a la hora de tomar las precauciones. Si la enfermedad en sí existiera, el Gobierno tiene la obligación de que todos y cada uno de los ciudadanos nos hiciéramos ese examen, visitar las casas como cuando hacen un censo y no que hoy salen y que mañana no, como un juego de que sí y que no. Prohíben el trabajo pero muchas otras cosas no. (Álvaro, 65 años)

                                                                                                        Foto: Paulo Ochoa

Este estado de vulnerabilidad, de incertidumbre y de olvido estatal a raíz de la pandemia es lo que ha convertido la indignación, no solo para Álvaro, sino también para un amplio segmento de las personas consideradas “adultos mayores”, en el sentimiento preponderante de toda la cuarentena. Logran olvidar el virus y su letalidad, pero el hambre, el peligro y la escasez siempre presentes, no se olvidan. 

La indignación en los “viejos” durante la cuarentena es una moneda con dos caras. Por un lado la indignación política de quienes se sienten acallados por un Gobierno que ya no los considera personas productivas y útiles. Por el otro,  la indignación producto de una vulnerabilidad económica de quienes toda su vida se han tenido que autogestionar el sustento y que ven en las medidas tomadas por el Gobierno, no un cuidado por la vida, sino un desinterés por las condiciones de pobreza de quienes ya en una edad avanzada no tienen a nadie a quien acudir para buscar refugio.  

Los que han vivido el confinamiento con dolor, angustia y desesperación

“Me da miedo salir de mi casa y hasta he sentido miedo de que mis familiares vengan a visitarme”

Paranoia, tristeza, soledad, tedio e incluso aversión por el contacto social ha sido una de las formas en que también han vivido algunos adultos mayores esta cuarentena. A diferencia de otros casos en que precisamente lo que se anhela es el contacto social o gozar de su autonomía y libertad en el espacio público, para otros los efectos psicológicos del confinamiento han significado un incremento de su sensación de vulnerabilidad biológica, produciendo en algunos de ellos ataques de pánico por la saturación de información que les llega desde todos lados, incluyendo a sus mismos familiares, allegados o cuidadores, que en algunos casos han incurrido en una cierta “pedagogía del terror” para lograr que regulen su comportamiento y lleven al extremo el autocuidado. Para este tipo de adultos, el confinamiento no sólo es una suspensión de la vida pública, sino también un estado interior de intenso temor y desesperación. 

De esta manera, podemos encontrar ancianos que se han visto alejados completamente de sus familias por las políticas que han tomado algunos conjuntos residenciales y hogares geriátricos (4), donde la depresión ha sido la consecuencia más notable por la sensación de soledad e incluso por una repentina y cada vez más próxima sensación de la llegada de su muerte. Por otro lado, se encuentran ancianos que han llevado el aislamiento como un nuevo estilo de vida, o que han padecido, como se conoce recientemente desde la psicología, el “síndrome de la cabaña”, una preferencia acentuada de la aversión social y una crecienciente agorafobia o desidia por salir o estar en espacios abiertos. 

Un ejemplo de esta forma en que se vive la cuarentena es el de Lorenza. Con sus 89 años y viviendo desde hace 7 meses en un hogar geriátrico, ha visto cómo se ha transformado progresivamente su personalidad. Ahora, la angustia y un estado cada vez más habitual de molestia e irascibilidad es lo que predomina en su vida. 

Lorenza nunca se casó y vivió sola en su casa por más de 40 años, aunque compartía frecuentemente con su núcleo familiar (hermanos y sobrinos). Es pensionada del magisterio porque fue maestra y directora de instituciones escolares, así que es una anciana muy lúcida, crítica y bien informada que siempre fue muy autónoma y rebelde. Solía ser muy activa y callejera hasta hace 2 años que tuvo varios accidentes que le ocasionaron graves fracturas. Eso ha limitado su movilidad y ha exigido cuidado y ayuda constante, por lo cual su familia la convenció de ingresar a un hogar geriátrico.

Desde antes de empezar la cuarentena, el hogar de ancianos donde reside prohibió completamente las visitas o ingreso de familiares. Solo se admite dejarles encomiendas y ni siquiera es posible tener un contacto visual con ellos. Además, en el caso de Lorenza,  su familia no puede hacer video-llamadas con ella porque escasamente sabe contestar el celular.

En las primeras semanas decía estar tranquila y que no le preocupaba el aislamiento ni la soledad, porque al fin y al cabo siempre había vivido sola y en general ha sido de un carácter fuerte y estoico. Siempre parecía que nada le faltaba, poco le afectaban las adversidades y nada la amilanaba.

Sin embargo, pasadas varias semanas de confinamiento, ha empezado a manifestar otro rasgo fuerte de su personalidad: la independencia, autonomía y rebeldía. Aún con sus limitaciones de movilidad, hasta hace poco solía desplazarse por su cuenta, callejear, hacer sus vueltas, asistir a sus voluntariados, visitar a sus amigas, a su única hermana viva y a sus sobrinos. Esa inquietud ha crecido con los días y, pasados 4 meses de la cuarentena, se empieza a evidenciar su angustia y malestar: ha perdido la energía y el ánimo, pasa más tiempo encerrada y ha dejado de interactuar con los demás. A estas alturas de la cuarentena se nota deprimida y malgeniada, le deben llevar sus comidas a la habitación porque no quiere compartir con los demás en el comedor y ha llegado al punto de negarse a recibir las llamadas de sus allegados

                                                                                                        Foto: Paulo Ochoa

La necesidad de ampliar la concepción de vejez en tiempos de pandemia y para el futuro próximo

Las opiniones y formas en que los adultos mayores viven el confinamiento producido para contener la pandemia del Covid-19 son tan diversas como las personas y los modos de vida que conforman este grupo de edad. Estas van desde el miedo al contagio dado el alto riesgo de mortalidad por falencias en el sistema inmunológico deteriorado por la edad avanzada, hasta la inconformidad con el aislamiento y confinamiento, que según los más críticos, deslegitiman la capacidad de las personas mayores de 70 años de afrontar esta crisis mundial como ciudadanos autónomos y responsables de sí mismos y de su entorno.

Tal vez la única impresión compartida por todos es la incertidumbre y sorpresa que ha causado la pandemia en la población en general y en los adultos mayores en particular. Se debe tener en cuenta que estas personas presenciaron grandes acontecimientos como la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Fría, la llegada del hombre a la luna, la caída de la unión soviética en el 91 y otros acontecimientos que se robaron la atención de gran parte de la humanidad por su importancia en el desarrollo del mundo como lo conocemos actualmente. Además, han presenciado los diversos episodios de violencia y tragedias naturales que ha sufrido el país.

Al parecer, la pandemia no solo ha tenido como consecuencia la mortalidad y la salud de este grupo poblacional, sino que también ha extendido su infantilización y los aparta cada vez más como agentes activos y con poder de decisión en la sociedad. Con las políticas para contener la pandemia se está acelerando el desplazamiento de esa idea del anciano como sabio que fue predominante en la antigüedad. Incluso, en los inicios de la época moderna, ser viejo significaba haber sobrevivido a una gran cantidad de enfermedades, epidemias, desastres naturales, guerras, hambre y a una serie de peligros que la sociedad no podía controlar, por lo que eran altamente valorados (5), lo que hoy precisamente es sustituido como “los focos de la pandemia” que necesitan ser protegidos. 

En épocas anteriores, como también en comunidades ancestrales que perviven en la actualidad, encontramos que la misma denominación de  “ancianos” corresponde a aquellos que ejercen labores importantes. La gran pregunta para estos momentos sería cómo resignificar el rol de los adultos mayores en esta crisis y después de ella. Es decir, es necesario que nos preguntemos qué relevancia pueden tener socialmente los adultos mayores en el futuro próximo y lejano, bajo la concepción de una vejez digna, en lugar de asumirlos como despojos y actores pasivos sin autonomía libertad, tal como parece consolidarse en la actualidad.

1  https://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/florence-thomas/la-tristeza-tambien-mata-columna-de-florence-thomas-494730

2 El panel de opinión del programa de radio “Hora 20” del 29 de mayo estaba compuesto por: Daniel Samper Pizano, Florence Thomas, Humberto de la Calle, Moisés Wasserman y Rudolf Hommes. Hablaron sobre las medidas que el gobierno colombiano ha tomado frente a los mayores de 65 durante la pandemia.

3 Daniel Samper Pizano en Hora 20. Mayo 29.

4 En Colombia hay 9 millones de adultos mayores, 36 mil viven en hogares, es decir, el 0,4%. https://www.elespectador.com/noticias/investigacion/adultos-mayores-en-ancianatos-el-olvido-que-se-agudiza-en-cuarentena-articulo-914037.

5 Margarita Olvera Serrano y Olga Sabido Ramos. “Un marco de análisis sociológico de los miedos modernos: vejez, enfermedad y muerte”. Sociológica, año 22, número 64, mayo-agosto de 2007, pp. 119-149 .